Operaciones Psicológicas y Redes Sociales en Campañas Políticas

Ayer vi a mi vecina convencida de que un candidato era corrupto. Cuando le pregunté dónde había leído eso, respondió: «Me llegó por WhatsApp». No sabía que probablemente era objetivo de una operación psicológica. No se trata de un complot cinematográfico, sino de algo mucho más simple y efectivo: alguien diseñó un mensaje para activar exactamente su respuesta emocional y esperó a que ella misma lo difundiera. Esta escena se repite millones de veces en campañas políticas modernas. Las operaciones psicológicas, herramientas militares de la Guerra Fría, han encontrado un nuevo hogar en las redes sociales, transformando cómo se libran las batallas electorales. Ya no es propaganda tradicional; es ingeniería social computacional.

¿Qué son las Operaciones Psicológicas?

Las operaciones psicológicas (PSYOP) nacieron en contextos militares: aviones lanzando panfletos sobre territorio enemigo, radios transmitiendo propaganda para desmoralizar tropas.  Nunca le interesó la verdad, sino la eficacia. Se definen como el diseño y transmisión de información seleccionada a audiencias específicas para influir en sus emociones, actitudes y comportamientos.  En la Guerra Fría se afinaron: la CIA manejaba radios, la KGB desinformaba. Hoy, esas mismas técnicas se aplican en contextos civiles con un cambio radical: ya no requieren infraestructura militar. Se ejecutan desde una laptop, computadora o celular. Lo inquietante es que funcionan porque explotan vulnerabilidades cognitivas universales: creemos lo que confirma nuestras ideas, recordamos más lo emocional, vemos como verdadero lo repetido, y validamos lo que comparte nuestro grupo. No inventaron estas debilidades humanas; solo aprendieron a industrializarlas.

¿Por qué las redes sociales son el arma perfecta?

Las redes sociales operan bajo un modelo económico simple: capturar tu atención para monetizarla. Facebook, TikTok, X e Instagram emplean algoritmos que aprenden qué te mantiene pegado a la pantalla. Esto las hace ideales para operaciones psicológicas por razones técnicas claras.  Primero, posibilitan la segmentación quirúrgica: poder dirigir mensajes diferentes a grupos de células en función de sus características psicológicas. Segundo, amplifican gratis: un mensaje efectivo se replica viralmente sin costo.  Tercero, validan emocionalmente: los «me gusta» funcionan como señales falsas de credibilidad.  Cuarto, promueven la emoción sobre el pensamiento: el scroll infinito nos empuja a sentir antes que a pensar. Quinto, permanecen invisibles: no sabemos por qué vemos lo que vemos, dificultando detectar manipulación.  Esta arquitectura no fue diseñada para campañas políticas, pero resultó perfecta.  Es como si hubiéramos creado el arma sin darnos cuenta de que la íbamos a utilizar. Hoy toda campaña de competencia la usa, transformando a ciudadanos en propagadores involuntarios.

¿Cómo se operacionaliza en campañas políticas?

La campañas políticas modernas ya no simplemente comunican; ejecutan operaciones psicológicas con objetivos específicos. Pueden activar emociones en momentos estratégicos del ciclo electoral: miedo cuando es útil, esperanza cuando moviliza, indignación cuando se quiere polarizar. Desmoralizar votantes adversarios con mensajes que sugieren que todo está perdido. Amplificar divisiones existentes en la sociedad para paralizar al adversario con conflictos internos.  Inundar el espacio informativo con tal cantidad de información falsa que los ciudadanos, saturados y sin saber a qué atenerse, se desenganchen de la política. Cambridge Analytica lo probó en 2016: perfiles psicológicos de millones, anuncios micro-dirigidos, sincronización impecable. Pero no fue único. En Brasil 2018, cadenas masivas de WhatsApp inundaron desinformación verificable. En India, ejércitos de bots amplificaron narrativas nacionalistas. En Estados Unidos, deepfakes circularon justo antes de elecciones, demasiado tarde para verificación. Acciones que al parecer se vienen normalizando, sin generar escándalo.

El costo de la manipulación industrializada

El verdadero costo no son solo elecciones manipuladas, sino algo más profundo: la erosión de nuestra capacidad colectiva para distinguir realidad de ficción. Cuando todo puede ser falso, cuando cada afirmación tiene una contra-afirmación igual de viral, cuando ya no existe consenso sobre hechos básicos, la democracia deliberativa se vuelve imposible. ¿Cómo debatimos políticas si no podemos acordar hechos? ¿Cómo construimos consensos si cada grupo vive realidades incompatibles? Las operaciones psicológicas crean sociedades fragmentadas donde cada tribu consume información distinta, la indignación reemplaza la deliberación, las emociones tribales se activan constantemente imposibilitando compromisos, y la confianza en instituciones colapsa porque «todo es propaganda». Mi vecina sigue convencida de que su mensaje de WhatsApp era verdad. Le mostré la verificación que lo desmentía. «Eso también es propaganda del otro lado», respondió. Ahí está el verdadero triunfo: cuando la manipulación es tan omnipresente que dejamos de intentar distinguir la verdad y caemos en la paranoia.

Por Aldo Chipani – Consultor Político

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